Con el peso del día colgado en los hombros. Con esos músculos de la espalda que me recuerdan que el cuerpo pasa factura. Con una tonelada de tareas a medias en los párpados, poco a poco se cerraron mis ojos para hacer una pausa breve a la acción de lo cotidiano.
Mientras luchaba por mantenerme atenta al ruido de mis pendientes, los ojos cayeron como cortinas aplastando con su peso el deseo de que el día tenga 29 horas.
Soñé entonces con una casa que era casa, con una palabra que quería decir lo que significaba. Soñé con un sentimiento claro y con las ganas de dar siempre más. Soñé con corazones humildes y vidas despejadas, un sol que alumbraba parejo y un día sin ninguna sombra. Soñé que sonreías sin razón y que yo buscaba, serena, el rumbo de la vida.
Soñé un perro con alas y una mirada transparente. Soñé un sol, una luna, una estrella y una emoción. Soñé… yo soñé y no supe si en realidad estaba soñando.