El diccionario de la Real Academia Española, en su segunda acepción, lo define como “sentimiento de pena y congoja”. El dolor, sin embargo, se personifica una vez sentido por cada individuo. Se convierte, aunque contradigan mis palabras a la exacta metafísica de Aristóteles, en una persona separada del propio ser de quien lo siente. Quien lo ha sentido no negará que es un ente que respira solo. Un ente individual que se personifica y crece con los otros sentimientos que se confunden con el vivir del día a día.
Después de estar segura de no poder experimentarlo de nuevo, el dolor apareció, por supuesto, con una nueva forma. Una más cálida, más cordial, incluso más acogedora. El dolor más fuerte no viene de quien tiene la obligación de sangre de quererte, sino de quien ha escogido libremente hacerlo. Está claro, sin embargo, que como cualquier persona, nace de la combinación de dos elementos: uno viene de fuera, pero el otro nace dentro de quien luego lo experimenta.
Hablo, en éste caso particular, de un dolor que no es físico, aunque sus consecuencias se experimenten físicamente. Hablo de aquél dolor que como el aire, no tiene cara, pero se siente. No tiene voz, pero ensordece, no tiene tacto, pero arde palparlo. Hablo de un sentimiento con personalidad, de un suspiro con nombre. Hablo del que se experimenta con frecuencia, aunque siempre se procure evitar.
Hay una fuerza que abraza las piernas de quien quiere dar un paso más, que sella la boca cuando se quiere hablar de perdonar. Esa fuerza toma formas de diferentes excusas, pero se llama dolor. Cuando no te bota en el suelo ni te hace sangrar las rodillas, te envuelve en una concha dura que no te deja actuar.
Lo más interesante del dolor es que aparece cuando pareces menos vulnerable. Cuando todo es tan perfecto que pareces protegido. Aparece cuando quiere, y cuando tu lo dejes, aunque sea inconscientemente, invadir tu actividad. Y es egoísta, y lo quiere todo: desde tu primer paso en la mañana hasta tu última lágrima de cada noche. Desde tu dieta hasta tu vida profesional… simplemente invade todo, célula a célula, llena tu día de angustias que nacen razonadas y mueren sin razón.
Éstos párrafos son un tributo al dolor. Por su acción purificadora, como lo en el caso de Cristo y de tantos Santos que han aprendido a llevarlo con alegría, con resignación. Por su acción iluminadora, que hace a un individuo dimensionar su vida desde la perspectiva del mundo, y no de su particular situación. Por su acción ensordecedora, que grita que las señales son advertencias y no paranoias. Por su acción innovadora, que te hace aceptar que algo cambia o muere. Por sus resultados, que si no te matan, te dan alas para volar más lejos.
Esto es un mensaje para el dolor, de quien me sentí tan lejana y que ahora es parte de mi menú ordinario. De quien me sentí tan protegida, que se me pasó por algo cuidarme. Para ti, dolor… que si no me matas, me harás más fuerte.
junio 25, 2011
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