enero 21, 2010

Carta de despedida

Quisiera decirte que me duele lo que haces:
Que me duele tu indiferencia y tu premeditada intención.
Pero lo que en realidad me duele es que todo eso ya no me duele.

La noche hoy es más noche, la razón menos razonable y la ilusión igual de estúpida.

Éstas ya no son lágrimas, son lijas que raspan como la hostilidad de tu indiferencia, como la evidencia de mi derrota. Y es que ya no se trata de lo que haces o lo que dices. No se trata de cómo te mueves o de si me impresionas. Se trata de que has aprendido a mover las piezas en el tablero, para dejarme en jaque, para ganar siempre tú.

Y esto me atormenta, porque yo sé que no tienes la culpa completa. Yo sé que lo dejé pasar. Me he inmolado voluntariamente ante el altar de tu soberbia, he cargado con el tabernáculo de tus intenciones… las mismas que ahora desconozco. Me he desgarrado los brazos en el tiempo de la espera, el corazón se me ha convertido en el caldo de cultivo de mis más elementales deseos.

El rencor, que tenía vida propia, que respiraba y se alimentaba de mis entrañas, ha parido a la indiferencia punzante. La indiferencia con un plan de vida. No te desprecio porque los demás lo hacen, el desprecio lo he decidido yo!

Hoy se termina el ciclo del sacrificio. Hoy dejaré que los lobos arranquen lo que queda del respeto y admiración que tu imponente nombre tenía en mi cabeza. Hoy me hago la promesa de no “creérmelo” nunca más, de examinar un poco más en que estoy metiendo el corazón. No te digo adiós, porque todavía me sirve esta nostalgia para convencerme de que no debo regresar.

Quisiera decirte que me duele lo que haces:
Que me duele tu indiferencia y tu premeditada intención.
Pero lo que en realidad me duele es que todo eso ya no me duele.

La noche hoy es más noche, la razón menos razonable y la ilusión ahora está agonizando.

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